en

La boda de Jules Verne

El encuentro con Honorine

Jules Verne llega a París en 1848, a sus veinte años, enviado por su severo padre a estudiar Derecho. Allí, rodeado del ambiente bohemio y literario de la capital francesa, decide dedicarse al teatro y la literatura. También se instala allí para olvidar a su prima Caroline Tronson, quien en su adolescencia en su ciudad natal, Nantes, no ha correspondido a su amor, al preferir a un hombre mayor y con dinero.

Este rechazo lo marca de tal forma, que en sus primeros años en París, funda con otros amigos que han sufrido decepciones similares, la agrupación «Los once sin mujeres». Pero conforme pasa el tiempo sus compañeros se casan, y poco a poco, se cansa de estar solo. Jules ahora ansía fundar un hogar; por ello, decide abandonar la agrupación, refugiándose una vez más en su trabajo.

Jules Verne en 1856, año en que     conoció a Honorine Deviane

Pero el destino le tiene reservado un nuevo futuro. En 1856, Auguste Lelarge, uno de los amigos de estudio de Jules Verne en «La Sorbona», le invitó a ser testigo de su boda con Aimée Deviane, la cual se realizaría en la ciudad de Amiens, ciudad próxima a París, a la que se tarda poco en llegar (una hora y media en tren). Parece mucho viaje, pese a todo, solo para acompañar a un no­vio que no es sino el hermano de la mujer de un primo, un recorri­do demasiado largo para un joven de salud frágil y absorto en la tarea de conseguir que se representen sus obras teatrales, por aquella época, irrepresentables. Sin embargo, viajó a Amiens el 20 de mayo de ese año, sin sospechar que este breve viaje lo marcaría para toda su vida. Y lo que en Amiens encontró, debió ser de su agrado, pues se quedó ocho días en la ciudad.

Allí conoció al día siguiente a la hermana de la novia, una mujer a cuyos encantos sucumbió de repente, a pesar de su recalcitrante escepticismo. Aquella muchacha era muy bella, un año menor que Jules, se llamaba Honorine Morel Deviane, quien era una joven viuda con dos hijas: Suzanne y Valentine, de cuatro y dos años respectivamente. El padre de las niñas, Auguste Morel, había sido un empleado en una notaría de Amiens, y su muerte, producto de una neumonía, acababa de ocurrir hacía tan solo ocho meses.  Asimismo, su padre, Julien Deviane, era un viejo militar jubilado que andaba buscando un novio para Honorine con el fin de asegurar el futuro de su hija y el de sus dos nietas.

Desde Amiens, Jules le escribe a su madre, el 24 de mayo. Como de costumbre, le  refiere con detalle los festejos. Cuenta a sus hermanas cómo es la joven esposa de Auguste Lelarge. A Jules se le ha ido el tiempo en aquella boda, estrechando manos y repartiendo besos y abrazos entre emocionados llantos. Ha presenciado la dicha conyugal y ha tenido que habérselas con «patés de Amiens, morcillas, tremendos jamones, desayunos que duran una hora, comidas que duran tres horas (…) y cenas que duran cinco horas». Pese a tales excesos alimenticios, está bien, duerme bien y pasa, en general, buenos ratos. Y además «tengo las ideas cada vez más claras en lo que al matrimonio se refiere». Y le enumera tales ideas a su querida madre en una carta con tintes históricos: «Tengo más que nunca decididas ideas sobre el matrimonio. Quiero casarme, hay que casarme; no es posible que la mujer que debe desposarme no haya nacido todavía.»

La viuda y el escritor se enamoran

A Jules le parece que ha dado con la familia que le conviene. Su amigo Auguste se ha casado con Aimée Deviane, y Aimée tiene una her­mana llamada Honorine, una joven viuda que a él le parece «muy agradable». Tiene también un hermano, Ferdinand, de la mis­ma edad que Jules, corredor de Bolsa en Amiens, donde gana mu­cho dinero, pero que es «el muchacho más amable que haya existido nunca bajo la capa del cielo». Hasta el padre de Aimée, Honorine y Ferdinand es encantador: un capitán de coraceros retirado, pero más tratable que la mayoría de los militares de edad. En cuanto a la madre, «es ocurrente a más no poder». ¿Qué más se puede pedir?

    Honorine en 1857, año de su boda

No solía Jules extenderse tanto al referir los méritos de una fa­milia. Estaba seguro que su madre iba a entenderlo. «¡Estoy casi seguro de haberme enamorado de la joven viuda de veintiséis años!», confesaba aquel candidato al matrimonio que se sentía ya muy maduro a sus veintiocho años. Pero había un inconveniente: Honorine era ya madre por partida doble. «No tengo suerte, siempre me topo con dificultades de un tipo o de otro.»  Cuando regresó a París, le escribió esta vez a su pa­dre, en vez de a su madre. Decía que, en verdad, había establecido una estrecha relación con aquella familia. Había formado parte del cortejo de honor del novio, había acudido a la iglesia y cumplido con todos los demás ritos que se espera que cumplan los invitados de una boda.

Estaba claro que, desde su punto de vista, no solo la joven viu­da, sino también los demás miembros de la familia resultaban dig­nos de interés, ya que hasta ese momento, Jules llevaba una vida muy dura, llena de privaciones, detrás de un objetivo (novelar la ciencia) que aún ve incierto. Pero esta situación no fue obstáculo para que pidiese a Honorine en matrimonio, aunque como es de suponer, esto provocó un gran escándalo de su familia en Nantes. No obstante, Jules ve en Honorine, a la compañera que lo puede apoyar y alentar, en el titánico proyecto que se ha propuesto. De otra parte, también cree haber hallado la solución a sus problemas económicos, pues Ferdinand, su cuñado, es agente de Bolsa y gana mucho dinero. Es de esta forma que concibe la idea de dedicarse a la profesión de Ferdinand, la cual le daría el tiempo necesario para profundizar en su novedoso proyecto literario.

La dote y los preparativos

Ante la insistencia de Jules de casarse con Honorine, a la familia Verne no le queda otra opción que aceptar su decisión. Se planteaba ahora la cuestión de los regalos de compromiso y la dote. Pierre, el padre de Jules, como es natural, tenía que tener en cuenta, al determinar la cuantía de la dote de su hijo, la que debería darle al hermano de Jules cuando contrajese matrimonio, y, por supuesto, las dotes de sus tres hermanas, cuando les llegase el turno. Jules calcula­ba que los gastos de la boda, incluido el regalo de compromiso, y de la instalación en París no superarían los 5.000 francos. Supo por en­tonces que la dote de Honorine se elevaba a unos 50.000 francos y que, más adelante, heredaría 60.000 francos de sus padres y 80.000 de un tío anciano y acaudalado.

Fijaron la boda para mediados de enero, y en París. Pero los Deviane querían que, antes que nada, los padres de Jules los visita­sen en su casa de Amiens. Jules explicó a la familia de Nantes que si retrasaban la boda hasta el mes de enero era por consideración hacia la familia del difunto marido de Honorine. Era preferible que transcurriera entero el año 1856, aunque el marido había fallecido en julio del año anterior.

En lo que a él se refiere, piensa hacer unos regalos de compromiso modestos. Cuenta con gastarse 235 francos en una «cadena de oro y jaspe», pero no va a comprar ni pendientes ni brillantes porque Honorine tiene ya de sobra. Se limitará a mandar cambiar las monturas. La novia ya tiene el vestido, y es posible que ni siquiera necesite un chal de casimir porque ya tiene dos. Tal fue la pauta general. Los Verne se lo pensaban mucho antes de gastarse el dinero, como buenos burgueses de provincias que sa­bían bien en qué circunstancias podían arriesgarse a no meterse en gastos extravagantes. La misa nupcial se celebraría en París por la mañana temprano. Tras la ceremonia religiosa y la civil irían a cenar todos juntos -los Verne y los Deviane- y luego al teatro, «y se acabó la fiesta». Tal era el deseo del novio.

No dijo nada, pues, de la boda a ningún amigo (con excepción del músico Aristide Hignard). ¿Qué le parecía a su padre? Si no podía encontrar enseguida un domicilio para su recién estrenada familia, vivirían en su reducido piso que estaba, como siempre, en el barrio de los tea­tros y las finanzas, hasta que se abriese, en abril, la siguiente tempo­rada de alquileres. Eso quería decir que las hijas que tenía Honorine de su primer matrimonio, se quedarían en Amiens en casa de sus abuelos.  En una notita que envía Jules a su padre queda claro que tan gran frugalidad cuenta con el apoyo de sus futuros suegros, «que es­tán totalmente de acuerdo conmigo en no hacer ninguna celebración, ningún festejo de boda. Ya está todo acordado. Y no tendréis que darles ninguna recepción en París. Una cena (…) el día de la boda y nada más. Así que no tenéis por qué tratarlos ni poco ni mu­cho. Encargaré por adelantado una cena a tanto por barba y se a­cabó».

La boda en la iglesia SaintEugène

Finalmente, luego de ocho meses de noviazgo, Jules y Honorine se casan en la fecha fijada, el 10 de enero de 1857, ante la presencia de su paisano de Nantes, Aristide Hignard y de su primo, el matemático Henri Garcet, como testigos. La ceremonia civil se realizó en la alcaldía del tercer distrito de París y a continuación la boda religiosa en la iglesia Saint-Eugène, terminada de construir hacía solo un año antes. Gracias a sus artimañas, Jules consiguió como había previsto, que solo asistieran una docena de invitados, contabilizando a sus padres y sin la presencia de su hermano Paul que se encontraba de travesía.

Esta forma de contraer matrimonio, molesta a su padre que la considera fuera de todo protocolo burgués, al mismo tiempo que critica la extravagante indumentaria con que su hijo contrae matrimonio: un traje completamente blanco y unos guantes negros. Esta es la versión de la boda que nos cuenta la primera biógrafa y familiar de Verne, Marguerite Allotte de La Fuÿe: «Yo era el novio -pone la biógrafa en boca de Jules, basándose en los recuerdos de éste-; lleva­ba un frac blanco y guantes negros, no entendía nada de lo que esta­ba pasando y todo el mundo me pedía dinero: los empleados del ayuntamiento, el pertiguero y el sacristán, decían: ¡Oiga, señor novio! ¡Y ése era yo! A Dios gracias no había más que doce asistentes.»

       Acta de matrimonio de Jules Verne y Honorine Deviane

Si nos atenemos al  relato de Marguerite, la ausencia de lujo en tan destacado día fue motivo de tristeza para el padre de Jules: «Esa misa despachada en un santiamén, esa comida a lo Béranger no fueron ni del gusto de Sophie ni del mío», dice Pierre Verne, en unas supues­tas confidencias al cuñado de su mujer y retratista de la familia, Francisque de Chateaubourg. A otro retratista, Delbarre, fotógrafo titular de la princesa Mathilde (prima de Napoleón III), le atribuye Marguerite las fotos oficiales de la boda, y si recurrimos al plural es porque el novio y la novia aparecen en fotos separadas. «Jules Verne es, en esos años, de una apostura rayana en la perfec­ción -comenta la biógrafa-. Es muy probable que hubiera sido con esa apariencia con la que le hubiera gustado pasar a la posteridad y no con la del bondadoso anciano que aparece siempre en los libros que se les regalan a los niños el día de Año Nuevo.» En dichas fotos, Honorine lleva un cuello de encaje, está pensativa, con un dedo cerca de la oreja, y aparenta más de veintiséis años; y Jules tiene una mano en alto y luce una barba que parece la de un sabio y anciano profeta.

Tras la boda, los jóve­nes esposos viven en París sin las hijas de Honorine. «No nos las quieren devolver», aclara Jules, pero no parece, por el tono en que lo dice, que se halle muy apenado. Cuenta la leyenda familiar que a los pa­dres de su primer marido les disgustó sobremanera que sus nietas tuvieran que vivir tan lejos de ellos e intentaron impedir que las adoptara Jules Verne, que, no obstante, las educó como a sus pro­pias hijas.

     Honorine Deviane y Jules Verne en 1857, el año de su matrimonio

Honorine tuvo con Jules un único hijo, Michel, nacido en 1861. Con el pasar del tiempo, Jules fue desencantándose del matrimonio, pues se sabe que no fue un buen padre para el pequeño Michel, quien creció engreído y rebelde, ya que el escritor andaba siempre sacrificado a su carrera literaria, y tampoco fue buen esposo, y hasta quizás nunca amó realmente a Honorine, pues los lazos del matrimonio que le unían a ella, debieron parecerle insoportables, tratando de evadirse de ellos en la medida de lo posible, bien a través de sus cruceros, sus libros y de un repliegue sobre sí mismo, refugiándose en su gabinete de trabajo de su residencia de Amiens. A pesar de ello, Honorine lo acompañó durante toda su vida y fue enterrada en el mismo sepulcro de su célebre esposo, cinco años después de la muerte de éste, en 1910.