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Julio Verne y la novela policial

¿Quién hubiera dicho que el novelista francés Julio Verne, precursor lúcido y audaz de tantas hazañas científicas con sus fantásticos vuelos lunares, navegaciones submarinas, exploraciones subterráneas y cruceros aerostáticos, podría también ser calificado como el precursor de la novela policial? Y con pleno derecho, ya que si el género había sido tratado anteriormente por Edgar Allan Poe y convertido en científico por Sir Arthur Conan-Doyle (a quien Verne no había leído), nuestro autor muestra rasgos que anticipan esa ruptura de los cánones llevada a cabo muchos años más tarde por Hammett y Chandler, concretamente en la desmitificación del investigador como héroe, casi como si se propusiera socavar el mito de la infabilidad policial. Así también se nos revela, bajo las apariencias burguesas, la carga veladamente subversiva que anima a los inolvidables héroes del prolífico escritor Julio Verne Allotte.

La novela policial

    En el año 1902, tres años antes del primer robo de Arsène Lupin y seis años antes que Rouletabille opusiera al Mystère de la Chambre Jaune la «buena guía de la razón», Julio Verne publicó una de las tres obras que hacen de él un precursor de la novela policíaca. Una anticipación más, pero que se ha olvidado de añadir a su haber.
En realidad, Verne escribió sus obras veinte años antes que Gaston Leroux y Maurice Leblanc, si se tiene en cuenta la fecha de composición de sus novelas. El piloto del Danubio, pese a ser la última que apareció en 1908, es la más antigua de las tres, pues fue esbozada poco después de 1880. La penúltima, Un drama en Livonia, que apareció en 1904, estaba escrita desde 1893, según una carta del autor al editor Hetzel. Su correspondencia permite fechar entre 1895-1897 la redacción de Los hermanos Kip, que apareció en 1902.
Si bien es uno de los precursores del género, Verne no es su inventor, Régis Messac, en sus tesis titulada Le détective novel et la pensée scientifique, remonta la génesis de éste a la Biblia. Boileau y Narcejac, en sus obras teóricas, se refiere al diálogo entre la Esfinge y Edipo. También se ha aludido a los lectores y a los descifradores de huellas dejadas por Fernimore Cooper en la sabana americana, a los castillos falsamente encantados de Ann Radcliffe y, por supuesto, al Zadig de Voltaire.


En Mytholigie du roman policier que escribí en 1974, intenté explicar por qué este género literario es, en sentido estricto, un producto de la civilización urbana; la criminalidad de que se nutre, es pues una consecuencia de las frustraciones y distorsiones provocadas por la concentración industrial. Su nacimiento no podrá remontarse más allá del primer cuarto del siglo XIX. Por lo demás, en el año 1828 aparece por primera vez el detective profesional, el funcionario especializado, precisamente en Les Mémoires de Vidocq, una novela narrada en primera persona por Lhéritier de L’Ain, según los recuerdos, más o menos aderezados, del expresidiario, que se ha convertido en el jefe del Departamento Policial de seguridad.

    Con Edgar Allan Poe, la ficción acepta reconocerse como tal cuando, en Double Meurtre dans la rue Morgue, aparece el primer detective privado, el primer justiciero: el caballero Auguste Dupin. Aunque representante de la ley, Vidocq prescinde de la legalidad. Para conseguir sus objetivos, no duda en mezclarse con los criminales, e incluso a veces en hacerse su cómplice y en utilizar la delación o los servicios de antiguos delincuentes. En calidad de empirista se entremete y husmea, pero no razona. Mientras éste se deja llevar por el instinto, el caballero Dupin usa la inteligencia.


En virtud del solo razonamiento fundado en algunos indicios que demuestran la capacidad y la astucia sobrehumana del asesino, el detective de Poe resuelve de un modo magistral este primer crimen a puerta cerrada: el culpable es un orangután. La diferencia radica en esto. Vidocq tiene olfato y Dupin tiene talento. Este virtuoso de la deducción engendrará una prole de personajes que utilizan la lógica como arma, unos más geniales que otros, el más célebre de los cuales será Sherlock Holmes, aparecido en 1887, el rey de los detectives y el detective de los reyes.


Poe perfeccionó y ennobleció al investigador inventado por Vidocq, reduciendo el crimen a un enigma que permite a Dupin demostrar lo que el traductor de Double Meurtre dans la rue Morgue llama sus «facultades adivinatorias». Poe inventó la novela policíaca; pero no supo crear este universo hecho de una red de relaciones sociales, antagonismos, pasiones y angustias, sin las cuales un relato no podría alcanzar la dimensión de una novela.


Entonces, la novela policíaca buscará su vía a través de los conflictos, alteraciones y digresiones de la novela popular. En un capítulo de Les Mohicans de Paris, en el año 1854, Alejandro Dumas concede al policía Jackal un tributo deslumbrante. Unos rasguños sobre una vieja pared, unas gotas de ceras caídas de una vela, y Jackal, al explicar la desaparición de una muchacha atrapada en una habitación herméticamente cerrada, se mostrará digno de Dupin. Simple paréntesis en la acción de esta enorme novela-folletín.


Julio Verne no leía inglés y Conan Doyle no se tradujo al francés antes de 1905. Pero, dada su admiración por Poe, ¿cómo podría Verne ignorar el arquetipo de Sherlock Holmes, el caballero Dupin? Y por lo menos conocía la leyenda del Vidocq, del que a menudo ha hecho el arquetipo de sus propios policías. Todos ellos un poco sospechosos como Vidocq, cínicos, siempre a la caza de delaciones, y sacrificando la humanidad y a veces la moral a una fría eficacia.


Novelista en boga del Petit Journal, Gaboriau se hizo célebre y su obra tuvo gran difusión durante el último cuarto del siglo XIX. No es imposible que su última novela, La Corde au Cou, haya servido a Julio Verne de ejemplo para componer la más ortodoxa de sus tres novelas policíacas. Un drama en Livonia – que Gaboriau habría titulado Un Crime en Livonie o Le crime de la Croix Rompue – tiene por argumento, como La Corde au Cou, el error judicial provocado por la interpretación de indicios materiales, que acusan implacablemente a un falso culpable.

Las novelas policiales de Julio Verne

1. Un drama en Livonia

    En la noche del 13 al 14 de abril de 1876 cerca de Riga, la rotura del eje de una rueda obliga a los dos pasajeros de un vehículo a detenerse en la taberna de la Croix Rompue, aislada en pleno campo, mientras el cochero va a la ciudad en busca de una rueda. Uno de los pasajeros, muy charlatán, ha hecho alarde de llevar consigo una gran suma de dinero para el banco Johansen. Por el contrario, el otro pasajero, taciturno, ha disimulado su rostro. Pese a que ha repetido esta precaución al cruzar el vestíbulo de la posada, es reconocido por el cabo de policía Eck, que ha ido allí a tomar algo con sus agentes

    El discreto viajero se encierra inmeditamente dentro de su habitación, sin cenar. Apenas amanece, se levanta y se aleja a pie sin desayunar ni esperar a que regrese el cochero. En cuanto al segundo pasajero, el cobrador Poch, el cochero lo encontrará asesinado en su habitación con el cerrojo echado por dentro, y comprobará que el dinero (15.000 rublos) ha desaparecido. Un crimen a puerta cerrada…Este es el tipo de situación que dominará en la novela policíaca durante casi un siglo. El cobrador ha sido asesinado en una habitación del primer piso, que se encuentra con el cerrojo echado por dentro. La casa ha permanecido herméticamente cerrada y durante la noche sólo ha albergado a tres personas: la víctima, el posadero y el misterioso pasajero.


Un atizador torcido, encontrado en el aposento de éste y unos rasguños efectuados en la parte exterior de la ventana correspondiente al cuarto de la víctima permiten al juez Kerstorf reconstruir el crimen. El desconocido ha salido por la ventana de su habitación y ha forzado la del cobrador antes de asesinarlo. El cabo Eck revela entonces la identidad del presunto culpable, cuyo rostro había visto confusamente. Se trata del honorable profesor Dimitri Nicolef de Riga. Adversario político de los banqueros Johansen, el profesor tenía que reembolsarles al cabo de poco tiempo una cantidad de 18.000 rublos. Nicolef reconoce que el misterioso viajero era él pero se declara inocente. Lejos de dar una explicación acerca de su comportamiento reservado, se niega a revelar el objetivo de su viaje y su destino, el día en que dejó la posada al amanecer.


Alguien lo hará por él: Wladimir Yanof, un proscrito político recientemente evadido de las minas de Siberia que estaba oculto en Pernau. Enterado de la evasión de Yanoff, el profesor Nicolef va a entregarle una cantidad de 20.000 rublos que el padre del proscrito le había confiado antes de morir. Esta es la finalidad del discreto viaje.


Un vez disculpado Nicolef, las sospechas recaen sobre el único culpable posible: el posadero Kroff. Una segunda indagación no permite hacer ninguna acusación en su contra. Pero en la chimenea de la habitación ocupada por Nicolef, que no había sido registrada hasta ese momento, el juez descubre entre las cenizas un trozo de billete manchado con sangre.
Una nueva sospecha contra Nicolef, la cual no tarda en desvanecerse ante una prueba irrefutable.

Como el profesor no tenía medios para devolver el dinero al banco Johansen, el ex proscrito Yanoff lo hará en su lugar gracias a la suma que le ha restituido a raíz de su misterioso viaje. Fatalmente los banqueros Johansen reconocen en los billetes devueltos por Yanoff los que llevaba consigo el cobrador asesinado: habían comprobado los números.


Dimitri Nicolef pone fin a su pesadilla mediante un suicidio. Pero no es hasta más tarde, demasiado tarde, que un sacerdote, tras haber recibido la confesión del posadero Kroff agonizante, llega a proclamar la verdad. El posadero mató al cobrador y forzó los indicios acusadores; igualmente se aprovechó de que los dos viajeros dormían para meter los billetes robados al cobrador en la cartera de Nicolef y apropiarse de los del profesor.

2. Los hermanos Kip

    La maquinación de Un drama en Livonia es tan implacable como aquella de la que son víctimas los hermanos Karl y Pieter Kip, acusados del homicidio del capitán Harry Gibson. Su bienhechor los había acogido a bordo de su barco poco después de que naufragaran. Gibson fue asesinado y atacado durante una escala por uno de sus marineros, Vin Mod, y por el jefe de la tripulación, Flig Balt. Este último, nombrado como capitán por el armador Hawkins, demuestra rápidamente su incompetencia. Ante la amenaza de ser destituido organiza un motín, pero el armador logra reprimirlo con el apoyo de los hermanos Kip.
En el transcurso del juicio por el motín, los hermanos Kip, que testificarán en contra del jefe de la tripulación, son acusados por éste del homicidio del capitán Gibson. Previamente, el cómplice de Balt, el marinero Vin Mod, había introducido en el equipaje de los Kip dos indicios absolutamente contundentes. Los papeles del capitán y el Kriss malayo de hoja curva que le atravesó el corazón causándole la correspondiente herida mortal.
La posesión del puñal por los hermanos Kip es también testimoniada por el grumete Jim, éste lo ha visto en dos o tres ocasiones al hacer la limpieza de su camarote. Sin duda, Vin Mod introdujo el arma en el camarote antes de la llegada del grumete y la retiró cuando éste se fue.
Pese a sus protestas de inocencia, los hermanos Kip son condenados a cadena perpetua en el presidio de Port-Arthur, en Tasmania, hasta el día en que serán declarados inocentes por el hijo de la víctima. El hijo de Gibson había podido fotografiar el cadáver del capitán con los ojos abiertos. Al realizar una ampliación del clisé, descubre que la retina del muerto había conservado la imagen de los verdaderos asesinos, Vin Mod y Flig Balt.

3. El piloto del Danubio

    La intriga de la novela El piloto del Danubio también encierra una maquinación, pero más rudimentaria: sin la torpeza del ingenuo detective habría fracasado. Karl Dragoch, policía de Budapest, tiene orden de detener a la banda de criminales que hace estragos a lo largo de las orillas del Danubio. Un misterioso personaje, Ilia Brusch, le llama la atención. Este, tras resultar vencedor en un concurso de pesca, ha hecho la apuesta – comentada por toda la prensa – de descender el Danubio hasta su desembocadura y de vivir durante el trayecto de 3.000 kilómetros del producto de su pesca.
El policía consigue hacerse admitir como compañero de viaje del pescador, y puede así observarle a su antojo. Ilia Brusch tiene los cabellos oscuros…salvo en la raíz, que son rubios. Sus ojos permanecen siempre ocultos tras unas gafas negras, pero un incidente le revelará que son en verdad azules, magníficos, y que están perfectamente sanos. Cada vez que hacen escala, Brusch se ausenta de manera subrepticia, y sus ausencias coinciden invariablemente con homicidios o robos. Al rebuscar en su equipaje, el policía descubre la verdadera identidad del pescador: Sergio Ladko. Nombre con el que los bandidos del río Danubio designaban en repetidas ocasiones a su jefe, de dar crédito a un testigo del robo cometido en la ciudad de Gran.

El policía Dragoch, que llega de inmediato a dichos parajes, comienza a efectuar una lectura del terreno. Y, tal como actuaría el amo de Baker Street, nos sorprende al revelar que los bandidos han utilizado una carreta de cuatro ruedas, tirada por dos caballos, a uno de los cuales, el de delante, le falta un clavo en la herradura de su pezuña derecha. Gracias a este detalle, el policía seguirá las huellas de los bandidos, pero sin poder evitar un error provocado también por una maquinación. Aunque éste no produzca esta vez ningún resultado trágico, no deja de ilustrar el fracaso de la investigación policial.

Conclusión 

    Julio Verne rompe, así pues, por completo, con las convenciones que regirán la novela policíaca durante casi un siglo. Hasta entrados los años treinta, los autores reandarán el camino trazado por Edgar Poe, haciendo que la investigación se reduzca a la solución de un enigma cada vez más sofisticado.


Sólo el estudio de los indicios, desconcertantes para el común de los mortales, permitirá a un investigador refinado, genial y excéntrico, disipar un misterio que desafía a la razón. Todo el relato – atmósfera, decorados, personajes, y situaciones incluidos – será sacrificado a la concepción de un enigma raro, cuya única finalidad es introducir el número teatral del detective inspirado. Este se ha convertido en una especie de hechicero de la lógica, de un conjurador que hace de intermediario entre el mundo y lo imposible: explica lo irracional – el crimen inexplicable – mediante lo racional, merced a un razonamiento algebraico, cuyo secreto sólo él conoce. Hasta el punto de que a la novela policíaca de esta época se le llamará la novela-problema.


Este problema en forma de novela, que tiene tanto de novela como de una partida de ajedrez, suscitará hacia 1930, bajo la inciativa de Dashiell Hammett y de la revista Black Mask, la reacción literaria conocida con el nombre de «novela negra americana» o «novela de serie negra». El adjetivo negro se justifica por el rechazo de idealizar la realidad, y la voluntad de mostrarla bajo su verdadero aspecto – violento, sórdido, injusto – de manera que el móvil se sitúe en su nivel más auténtico y más bajo: el interés, la persecución de un provecho. Se acabaron los crímenes sofisticados o místicos cometidos mediante ciertos procedimientos rebuscados. De modo que ya no es necesario el investigador genial que coleccionaba los crímenes raros como otros coleccionan piezas de porcelana Ming. Al cabo de viente años, el investigador anónimo o anodino resultará insoportable para los autores. No será más que un intruso entrometido, culpable de irrumpir en un medio que le es ajeno y en el que su presencia inquisitorial tiende más a enredar los datos que a aclararlos.


A la luz de esta evolución, las tres novelas del autor francés resultan singularmente innovadoras. Aunque tomen prestado de Edgar Poe las estructuras entonces específicas de la novela policíaca, el autor, sin embargo, no se hace esclavo de ellas. A pesar de que aparezcan pruebas materiales – huellas y pistas -, éstas no están más que para demostrar el peligro de su interpretación algebraica. Atenerse a los indicios y a sus veredictos es caer en el error. Su utilización para demostrar el talento del investigador conlleva por el contrario en Julio Verne la prueba de su falibilidad.


Excepto en El piloto del Danubio, donde el investigador casi siempre está presente en escena, aunque de manera ineficaz, éste por lo general no desempeña un papel en las novelas de Julio Verne. Ausente de la intriga de Los hermanos Kip, se convierte en Un drama en Livonia tanto en policía como en juez. La parquedad de sus intervenciones tampoco se ve compensada por su genialidad. No puede decirse que Julio Verne haya hecho de él un rival de Dupin, de Sherlock Holmes o incluso de los héroes de Gaboriau. Muy al contrario, se inclina a dotarle de un carácter turbio, antecedentes crapulosos y a hacer de él un sucesor de los agentes reclutados por Vidocq entre sus antiguos compañeros de presidio.


El policía, tal como lo presenta Julio Verne en sus tres novelas policíacas en cualquier otra resulta ser tan odioso como ridículo, tal como Karl Dragoch, como Fix en La vuelta al mundo en ochenta días, o como el narrador de Dueño del mundo.


Odioso como el comisario Kalkreuth en El camino de Francia, o como Rip, soplón e incitador a la delación en Familia sin nombre. Desde las primeras páginas de Un drama en Livonia, el cabo Eck se nos presenta bajo un aspecto realmente antipático, siguiendo encarnizadamente la pista de un desgraciado proscrito político evadido de las minas de Siberia. Más adelante, el autor le espeta un comentario despreciativo: «¿Cómo hubiera podido admitir un cabo de policía que la pena de muerte, vigente en materia política, hubiera sido abolida para los crímenes de derecho común? Esto excedía su comprensión y la de muchas buenas personas no pertenecientes a la policía».

En la obra Los hermanos Kip, el lector asiste a la puesta en marcha de una maquinación destinada a perder a los dos héroes. A falta de la omnipotencia del investigador, el autor consiente su omnipresencia en El piloto del Danubio, y, en Un drama en Livonia reduce su papel y lo divide, antes de suprimirlo por completo en Los hermanos Kip. Con este último título concluye la novela del falso culpable, esbozado en El piloto del Danubio, y desarrollado en Un drama en Livonia.


En el año 1897, Julio Verne llevó a cabo por su cuenta el cambio que la novela policíaca experimentaría medio siglo más tarde. El ha asimilado a la novela en general, de la que no se distingue más que por una intriga basada en un incidente violento.
Julio Verne anticipa igualmente la novela llamada «seria negra con mensaje» en la que, gracias al impulso de Dashiell Hammett a partir de la década de los años treinta, la ficción va acompañada de una crítica social. Esta tres historias policíacas constituyen un verdadero proceso al sistema represivo – policía, justicia, cárceles – incluido tambien en otros episodios de los Viajes Extraordinarios. Como he subrayado en un estudio titulado Jules Verne ou le Socialisme clandestin, el autor sólo hace intervenir a la justicia para testimoniar su iniquidad – cuando reprime a hombres que sacrifican su vida por una causa política – o para denunciar su incompetencia.


De estas tres novelas novelas fundadas en el error judicial, la última se inspira en un hecho auténtico, el Affaire Rorique, que apasionó a la opinión pública a partir de 1893. Enviados al presidio a causa de testimonios dudosos, los hermanos Rorique proclamaban una inocencia que fue reconocida tardíamente pero en la que Julio Verne parace haber creído desde el principio. Resulta pues curioso, verle instruir con Los hermanos Kip un nuevo proceso sobre el error judicial apenas dos años después de la condena del capitán Dreyfus. A Mario Turiello, ávido por conocer lo que pensaba respecto a dicho Affaire, le respondía en octubre de 1898: Hace mucho tiempo que yo ya he juzgado eso, y bien juzgado, pase lo que pase en el futuro. Un nuevo ejemplo del antagonismo existente entre el Julio Verne burgués, que firmaba sus libros, y el rebelde clandestino que los escribía.