París en el siglo XX, es una novela inédita de Verne escrita en 1863, que dibuja con exactitud aterradora, a un París moderno en el que la tecnología ha desplazado al arte y la brutal dominación estatal ha convertido a la metrópolis en un lugar frío y deshumanizado.
De esta obra hasta hace algún tiempo, sólo se tenían referencias de algunos biógrafos que la mencionaban. Sin embargo, no habían las pruebas materiales que comprobaran la existencia de los manuscritos originales. Descubierta recientemente en el año 1989 por Jean Verne, tataranieto del escritor galo, en la caja fuerte del hijo de Julio, Michel, nos brinda la oportunidad de conocer en su totalidad, la obra del prolífico novelista. Fue publicada por primera vez en francés en 1994. Al año siguiente, en 1995, apareció traducida al español por editorial Norma.
Esta novela nos da muchas pruebas de que efectivamente, Julio Verne fue un escritor visionario, ya que muchas de las descripciones desarrolladas en la novela, se llegaron a reproducir casi idénticamente, tal como él lo había imaginado un siglo antes. No obstante, nunca fue publicada por su editor Jules Hetzel, que siempre se opuso a promocionarla, por considerarla como no apta para el público juvenil que le había designado.
La historia del manuscrito
París en el siglo XX era, por así decirlo, un título mítico, para los investigadores de la obra de Julio Verne; una novela de juventud, inédita, de tema muy seductor. A falta de manuscrito y de todo detalle sobre su contenido, se podría haber dudado de su existencia y habría sido muy arriesgado incluirlo en la bibliografía verniana; pero el hijo de Julio Verne adoptó la precaución de publicar la lista de las obras inéditas del autor.
En efecto, al morir Verne, el 24 de marzo de 1905, una de las primeras preocupaciones de Michel Verne, quizás aconsejado por Hetzel hijo, fue la de publicar lo más rápido que fuera posible la lista de obras inéditas que dejó su padre. De este modo iba a evitar que más tarde lo acusaran de haber escrito él mismo los textos que iban a aparecer con el nombre del célebre escritor. Con este propósito escribió una carta, fechada el 30 de abril de 1905, al periodista Émile Berr, que había conocido a Julio Verne. Esta carta, que contiene la lista detallada de las obra inéditas del autor, se publicó en Lé Figaro, Le Temps, entre otros diversos periódicos de la época.
El pasaje que nos interesa en esta nómina es el siguiente: «Las obras póstumas de mi padre se dividen en tres partes (…) La segunda parte se compone de dos anteriores, según toda probabilidad, a los Viajes Extraordinarios, sin embargo, son muy interesantes, pues parecen anunciarlas. Una de ellas se titula Viaje a Inglaterra y Escocia; la otra, París en el siglo XX…»
Los biógrafos de Julio Verne han citado con frecuencia este segundo título sin haberlo conocido directamente. Por ejemplo, en la lista que se cita en Oeuvres laissées par Jules Verne, realizada por Charles Lemire, un vecino de Amiens y amigo del escritor, en una importante biografía, París en el siglo XX se ubica entre las novelas inéditas anteriores a Cinco semanas en globo. Por otra parte, un gran especialista en Julio Verne, Cornelius Helling, en el primer número del Bulletin de la Société de Jules Verne, publicado en 1935, menciona a París en el siglo XX entre los inéditos de Julio Verne.
Las cosas habrían quedado allí, pero en 1986, el investigador verniano Piero Gondolo della Riva, descubrió en los archivos privados del editor Hetzel, el borrador de la carta en la cual este último manifestaba a Julio Verne su intención de no publicar París en el siglo XX. La carta confirmaba, de una vez para siempre, que esta novela había existido realmente. Pero había desaparecido, no figurando entre los manuscritos que la familia Verne cedió a la ciudad de Nantes en 1980. Hallado finalmente en 1989 por Jean Verne, tataranieto del escritor, en la caja fuerte de Michel Verne, que se creía vacía y cuya clave se había perdido, vuelve a aparecer hoy, aportando una luz nueva a la totalidad de la obra literaria de su autor.
Pierre-Jules-Hetzel, cuya capacidad de percibir una obra maestra es indiscutible (él fue el único de los editores parisienses consultados por Julio Verne que aceptó publicar Cinco semanas en globo), rechazó París en el siglo XX. Sus observaciones, críticas y argumentos se encuentran en las anotaciones a lápiz en los márgenes del manuscrito y en una carta (cuya importancia es decisiva para comprender su punto de vista) que envió a Julio Verne probablemente a fines de 1863 o, a lo sumo, a principios del año siguiente. La carta expresa el rechazo formal a su publicación. Las anotaciones en los márgenes del manuscrito original parecen, en algunos casos, un intento de mejorar o corregir el texto con el propósito de editarlo; pero en otros casos manifiestan la firme voluntad de no publicarlo.
Las observaciones del editor se refieren a menudo a la falta de interés que, según él, parece tener el manuscrito: «El primer capítulo no le entusiasma a nadie»; «Esto no me parece»; «No creo que esto tenga nada de alegre»; «Estos trucos no resultan felices»; «Me parece pueril toda esa revista»; «Todo esto resulta pesado. No hay medida ni gusto»; «Esto es sólo periodismo menor. No corresponde a la altura de sus ideas»; «No, no, esto no está logrado. Espere unos 20 años antes de hacer este libro. Usted y su Michel se quieren casar a los 19 años.»
Esta última frase fue profética. El hijo de Verne, que se llamaba Michel como el protagonista de París en el siglo XX, se emancipó a los 19 años para casarse con una actriz. Pero hay otra observación de Jules Hetzel todavía más tajante: «Nadie va a creer en su profecía» ; y, lo que es aún peor para un editor: «Nadie se va a interesar por ella.»
El rechazo fue tan definitivo, que Julio Verne nunca volvió a proponer esta novela a Hetzel. El rechazo del libro ocurre en una carta de Hetzel de fines de 1863 o principios del año siguiente. Por otra parte, la respuesta de Julio Verne, si la hubo, se ha perdido y es imposible conocer sus reacciones. Este rechazo de Hetzel hacia esta novela, se debió a que el editor conocía muy bien a su público y estaba muy al corriente de intentos análogos que otros escritores habían hecho antes que Verne (el editor dice en la carta: «Ha emprendido una tarea imposible y no ha conseguido usted llevarla a mejor término de quienes lo han precedido en asuntos análogos.»)
No hay que olvidar que la obra París en el siglo XX se dirigía a un público adulto. A los personajes de Verne, en este relato, suele faltarles credibilidad (defecto que se repetirá durante toda la carrera literaria del escritor en algunos de sus protagonistas). Hetzel se encontró, probablemente, ante un libro que pretendía ser verdadero, serio, incluso trágico, pero cuyo autor, por una vez, parecía carecer de genio; un sombrío libro que, en fin, no correspondía al proyecto literario que el editor había formado para su joven autor.
La fecha de composición
Tal como se ha visto, Michel Verne sitúa la composición de París en el siglo XX antes del encuentro de su padre con el editor Hetzel. Julio Verne habría propuesto, entonces, después de la publicación de su novela Cinco semanas en globo (31 de enero de 1863), la edición de un manuscrito anterior.
Pero la lectura atenta de un pasaje de la carta de Hetzel, misiva que se sitúa sin duda entre la aparición de Cinco semanas en globo («Está a gran distancia, por debajo de Cinco semanas en globo…Daría la impresión de que el globo fue una feliz casualidad…») y la de Aventuras del capitán Hatteras («Yo, que tengo el capitán Hatteras…»), cuya publicación empezó el 20 de marzo de 1864 en el primer número de la revista Magasin d’Éducation et de Récréation de Hetzel, sugiere que la novela París en el siglo XX no es un manuscrito anterior al encuentro entre el escritor y editor.
Éste es el pasaje: «Me asombra que haya hecho con tanta urgencia y como empujado por un dios algo tan penoso, con tan poca vida». Para que Hetzel pueda decir: «con tanta urgencia y como empujado por un dios» hacía falta que estuviera al corriente del tiempo que Julio Verne había consagrado a la composición de esta obra.
Verne quizás le había propuesto unos meses antes su proyecto (después de la aparición de Cinco semanas en globo); el proyecto habría sido aceptado al inicio; poco después debió someter el manuscrito al editor, pero redactado, según pareció a Jules Hetzel, demasiado de prisa. El manuscrito contiene, de todos modos, elementos históricos como fechas y las situaciones políticas que no permiten que su fecha de composición se sitúe antes de 1863. Por otra parte ese año, 1863, figura en el manuscrito a propósito de la Guerra de Secesión.
La carta de Hetzel a Verne
Mi querido Verne, daría cualquier cosa por no tener que escribirle hoy. Ha emprendido una tarea imposible y no ha logrado llevarla a mejor término de quienes lo han precedido en asuntos análogos. Está a gran distancia, por debajo de Cinco semanas en globo. Si la lee dentro de un año va a estar de acuerdo conmigo. Es periodismo menor acerca de un asunto nada feliz. No me esperaba una obra perfecta; ya le dije que sabía que estaba intentando lo imposible, pero esperaba algo mejor. No hay allí un solo asunto sobre el futuro que se resuelva ni una sola crítica que no se parezca a otra mil veces hecha. Me asombra que haya hecho usted con tanta urgencia y como empujado por un dios algo tan penoso, con tan poca vida.
Es mejor serle franco. Si usted hubiese fracasado en la puesta de una obra teatral, lo comprendería, y bien se fracasa en un libro como en una obra, y cuando el punto de partida llega a lo imposible, no hay nada que pueda conducir al objetivo, ni talento, ni descripción de detalles, nada salva lo que no puede salvarse.
No veo nada que alabar en este caso, nada que aplaudir francamente. Siento tanto, tener que escribirle, pero sería todo un desastre para su reputación el que se publicara este trabajo. Daría la impresión de que el globo fue una feliz casualidad. Yo, que tengo el capitán Hatteras, sé que la casualidad por el contrario es esta cosa frustrada, pero el público no lo entenderá así.
¿Hace falta decírselo?, este libro es casi el de un niño, el de un principiante, el de un hombre que va como un abejorro contra una ventana.
Y sobre las cosas en que me considero competente – las de literatura, por cierto -, usted habla como un hombre de mundo que en algo las conoce, que ha asistido a estrenos, que advierte, satisfecho, los lugares comunes. Esto no es ni elogio ni crítica. Es lo que se debe decir.
Usted no está maduro para este libro, lo va a rehacer dentro de veinte años. Esta es la pena por envejecer el mundo en cien años para no estar por encima de aquello que corre hoy por las calles. En fin esto es un fracaso, un fracaso y cien mil hombres me podrían decir lo contrario y los enviaría a todos a paseo.
Desafortunadamente cien mil hombres hablarían como yo lo estoy haciendo.
Nada hay en él que hiera mis sentimientos ni mis ideas. Sólo me hiere la literatura, y ésta es inferior a usted mismo en casi en todas sus líneas.
Su Michel es un pájaro vulgar, los otros no son divertidos y a menudo resultan desagradables.
Usted es mediocre allí, hasta los cabellos. No hay una verdadera originalidad, no hay simplicidad, no hay espíritu, no hay, en una palabra, lo que pueda hacer una carrera de seis meses a un libro. Sólo hay cosas que pueden hacerle un daño irreparable.
¿Acaso no puedo, querido niño, tratarle como un hijo, con alguna crueldad, porque sólo le deseo lo mejor?
¿Su corazón se volverá contra quien se atreve a amonestarlo con tanta dureza?
Espero que no, y no obstante ya sé que me he equivocado más de una vez acerca de la fuerza de las gentes que reciben un consejo verdadero. Si no tuviese delante mío al autor del globo, no dudaría que, convencido o no, sería usted partícipe de mi buena intención. Ahora bien, uno de los efectos de su libro nuevo, es que me hace temer que no está usted lo suficiente maduro, lo suficiente fuerte para comprender este desgarre quirúrgico. Dios sabe por tanto que si su libro hubiese tenido sólamente un cuarto de éxito estaría decidido a considerarlo de buen grado.
Suyo, J. Hetzel
Las predicciones del libro
Julio Verne, considerado por muchos como uno de los padres de la Ciencia Ficción, describió en sus novelas, mundos futuros en los que aparatos impensables para la época hacían que la vida fuera más sencilla para el hombre. Pero todo lo que imaginó, luego sucedió, lo que nos lleva a observar el carácter profético de sus novelas. ¿Fue un profeta? ¿Era un visionario? Sea como fuere, Julio Verne sigue asombrando, por sus certeras predicciones que vio con más de un siglo de antelación. Adivinó que las grandes ciudades del futuro estarían iluminadas por luces eléctricas de gran potencia. Profetizó la llegada del hombre a la Luna un siglo antes de que el Apolo XI lo hiciera realidad.
En su obra París en el siglo XX, que finalmente fue publicada en 1994, Julio Verne nos habla de un mundo puesto al servicio del dinero, donde la gente viviría preocupada por las cotizaciones en la Bolsa, en donde la educación y la tecnología no estarían al servicio del conocimiento, sino de la acumulación financiera. Pero esta novela también se refiere al «telégrafo fotográfico», el cual «permitía enviar a cualquier parte el facsímil de cualquier escritura, autógrafo o dibujo, y firmar letras de cambio o contratos a 10 mil kilómetros de distancia». Y describió además que «la red telegráfica cubría ya la superficie completa de los continentes y el fondo de los mares.»
El relato transcurre en París, en 1960, y el protagonista es un joven intelectual, Michel Jérôme, que malvive en una sociedad mecanizada, que le tacha de inútil por amar la lectura y las lenguas clásicas. «No quiero talento, quiero capacidades», ese es el lema de los que triunfan y Michel Jérôme no es uno de ellos. Al ganar un premio por escribir un verso en latín, el protagonista es abucheado por los descontentos con el amor hacía la poesía clásica de su compatriota. A través del resto de la novela, el joven Michel trata de hallar un lugar dentro de la industrializada e insensible sociedad parisiense de los años sesenta.
Así de pesimista se mostraba Verne ante el futuro y, viendo la situación en la que se encuentra la humanidad en nuestros días, tampoco iba mal encaminado en este punto. Sin embargo, por lo que verdaderamente llama la atención esta obra, es por la detallada descripción que en ella se hace de los cambios producidos en la capital francesa. Según el autor de Viaje al centro de la Tierra, los parisinos viajaban de un lado a otro de la ciudad en un ferrocarril metropolitano formado por cuatro círculos concéntricos. La gran ventaja de este medio de locomoción era que, al no tener locomotora, las casas colindantes no tenían que sufrir ruidos o malos humos.
Al caer la noche, las farolas resplandecían en todas las calles, iluminando las tiendas más suntuosas. Todo esto, claro está, lo imaginó varios años antes de que sucediera. Y ahí no queda la cosa. El hombre que predijo los viajes a la Luna, ideó un planeta cableado por el telégrafo, en el que se podían enviar mensajes y fotografías por fax. Junto a todos estos adelantos beneficiosos también había objetos tan escalofriantes como la silla eléctrica.
Veamos con detalle las predicciones que con un siglo de anticipación hizo Julio Verne en su novela París en el siglo XX, con respecto a la capital francesa en 1960, a quien ve así:
Los ferrocarriles pasarán de las manos de los particulares a las del Estado.
Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer.
No había hijo de artesano ambicioso, de campesino desplazado, que no pretendiera un puesto en la Administración.
El latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas.
¡Qué posición en cambio la de los señores titulares de ciencias y cuán distinguidos eran sus monumentos!
La mayor parte de los innumerables coches que surcaban la calzada de los bulevares lo hacían sin caballos; se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas.
Tiendas ricas como palacios donde la luz se expandía en blancas radiaciones, esas vías de comunicación amplias como plazas, esas plazas vastas como llanuras, esos hoteles inmensos…
Lo importante no era alimentarse, sino ganar con qué alimentarse.
Serás mayor de edad a los dieciocho.
Se comprende que en esa época de negocios el consumo de papel aumentase en proporciones inesperadas (…); los bosques ya no servían para calefacción, sino para la impresión.
Ya no hay mujeres (…) se han pasado al género masculino y ya no merecen la mirada de un artista ni la atención de un amante.
¡Concierto eléctrico! ¡Y qué instrumentos! (…) doscientos pianos comunicados entre sí a través de una corriente eléctrica tocaban juntos de la mano de un solo artista.
Ya no cortaban la cabeza a nadie. Le fulminaban con una descarga.
A pesar de que Julio Verne terminó la obra en 1863, su editor, Jules Hetzel, se negó a publicarla porque la consideraba demasiado negativa. Así es que la humanidad tuvo que esperar hasta 1994 para leer este auténtico prodigio de la inventiva.